Laponia finlandesa, en busca de la aurora boreal

Un viaje en invierno a la Laponia finlandesa es un encuentro con una naturaleza que ofrece unas posibilidades de aventura inconcebibles en los países del sur de Europa. La nieve, el silencio, las auroras boreales, Santa Claus... todo se conjuga para ofrecer una experiencia única.

Aurora boreal en Laponia.
Aurora boreal en Laponia. / Álvaro Arriba

Llega el invierno a las últimas tierras solitarias de Europa, y la noche y el silencio se adueñan del mundo. En la Laponia finlandesa los días resultan cortos en esta época del año y la luz, el paisaje, todo, nos hace pensar que estamos en un país lejano, donde la naturaleza majestuosa se adormece, aunque todavía es dueña de la vida. El silencio se hace omnipresente; tanto, que se siente de una forma impensable en otros lugares o incluso en esta misma región durante el verano. La nieve lo cubre absolutamente todo: praderas y bosques, caminos y casas, y es como una piel nueva que le sale a la Tierra. Todo lo que no se limpie rápidamente puede quedar oculto durante muchos meses, y parece que es lo que ocurre con los sonidos de la naturaleza. El silencio es profundo, tangible, y el mundo entero se detiene.

Sí, en las semanas cercanas al solsticio de invierno casi no hay luz en la Laponia finlandesa, que, igual que todo el norte de Escandinavia, se prepara para la larga noche. Pero es en estos días oscuros cuando el cielo puede iluminarse con el fuego misterioso de la aurora boreal, las luces fantasmales que danzan sobre el horizonte. Y poco a poco, día a día, la noche se va acortando y la luz vuelve a hacerse presente, mostrándonos un paisaje invernal pero luminoso.

En cualquier caso, un viaje invernal a la Laponia finlandesa representa una inmersión en el silencio y la nieve, cuando éstos se asientan en una naturaleza casi intacta. Es la ocasión de sentirse explorador, de vivir la épica de la naturaleza, imaginándose por un momento que uno revive las aventuras narradas por Jack London o las de los exploradores del Ártico. Es la posibilidad de experimentar aventuras que difícilmente se pueden saborear en otros países.

Un mar helado

El viaje puede empezar en Kemi, que ofrece la posibilidad de una experiencia única. Aquí se está en el extremo septentrional del golfo de Botnia, en un puerto importante. Pero el mar es blanco, sólido y se puede caminar sobre él. La capa superior está helada. En pocos lugares del mundo resulta tan fácil encontrar la posibilidad de saltar a un rompehielos y adentrarse, aunque solo sea unas pocas horas, en esta naturaleza que cualquiera diría que está prohibida al ser humano.

El Sampo sale varias veces por semana desde el cercano puerto de Ajos, a unos 10 kilómetros de distancia, y emprende su travesía por donde parece imposible navegar. Pero solo está helada la capa superior de agua —uno, dos o tres metros—, por la que el rompehielos se abre camino. Pero la experiencia todavía no ha terminado. En un momento el barco se detiene y es posible descender y caminar por el mar helado. Los más intrépidos pueden hacer lo que probablemente nunca hayan soñado: sumergirse en esas aguas gélidas y chapotear entre los bloques de hielo. Unos trajes especiales y un poco de gusto por las experiencias nuevas —lo primero lo aporta la tripulación, lo segundo tiene que ponerlo el viajero—es todo lo que se necesita.

Antes o después de esta experiencia, en Kemi hay que visitar el castillo de nieve. Es una construcción que se levanta todos los años, a partir de Navidad, y que está condenada a desaparecer pocos meses después. Pero, mientras tanto, se vive la ilusión de encontrarse en un espacio mágico, extraño, en el que las luces (por supuesto, se usan leds de bajo consumo que apenas se calientan) juegan un papel importante. Se pasa junto a las torres almenadas, se traspasan los muros y se vaga por unas salas únicas y efímeras. Se puede comer en el restaurante, tomar una copa en el bar, dormir una noche en el hotel o casarse en la capilla. En este castillo hay opciones para todos los gustos.

Llega el momento de adentrarse en la Laponia finlandesa, en las vastas extensiones solitarias, en los bosques inmensos. Es la última zona verdaderamente natural del continente europeo en la que la huella de la presencia humana resulta mínima. Pese a todo, esto no significa que sean lugares desconocidos o inexplorados, ya que desde hace milenios forman el paisaje cultural de los sami y sus antecesores. En invierno la vida casi se detiene. Las aves han emigrado hacia el sur hace tiempo. A finales de diciembre, cuando el día parece no existir y el sol asoma pocas horas sobre el horizonte, el paisaje se muestra en blanco y negro, con los troncos de los pinos, los abetos y los abedules destacando en la blancura de la nieve, y el cielo cubierto sobre el que apenas flota una ligera luz rosada. Al final del periodo invernal, cuando los días empiezan a alargarse, estalla la alegría de los cielos azules y todo resplandece en el aire puro.

Los ultimos nómadas

Casi sobre la misma línea del Círculo Polar Ártico aparece la localidad de Rovaniemi, la capital de la Laponia finlandesa y la mejor base para recorrer toda la zona. Rovaniemi es una ciudad con una historia trágica —fue destruida completamente durante la Segunda Guerra Mundial—, pero ha sabido superarse ante las dificultades. Fue reconstruida bajo la dirección de Alvar Aalto, el arquitecto finés más importante, que también diseñó varios edificios. En otros lugares, el gran museo Artika, que ofrece una valiosa información sobre la cultura sami y la naturaleza ártica, sería la visita fundamental, pero en Rovaniemi hay dos atractivos más casi insuperables.

En realidad, ambos lugares se encuentran a pocos kilómetros de distancia, y la señal que avisa del desvío en la carretera es irresistible: allí está el Círculo Polar Ártico y la aldea de Santa Claus. Sí, aquí Santa Claus recibe a los visitantes, y no solo en los días previos a Navidad sino durante todo el año. Joulupukki, como es conocido Santa Claus en Finlandia, charla con los visitantes, pero también recibe miles y miles de cartas en las que niños de todo el mundo expresan sus deseos e ilusiones, ya sea respecto a los regalos que esperan o sobre el mundo en el que viven. En la oficina de correos, que dispone de matasellos muy apreciados, se muestra una selección de algunas cartas que resultan muy emocionantes.

En el mismo lugar se encuentra Santamus, lo que se conoce como la Experiencia del Círculo Polar Ártico. Es una oportunidad para aprender y vivir algo la cultura sami en caso de que no se viaje más por la zona. Los sami -a los que se conoce normalmente como lapones, aunque a ellos no les guste este nombre- ocupan esta región septentrional de Europa desde tiempo inmemorial, y su territorio se encuentra dividido entre Finlandia, Suecia, Noruega y Rusia. Los sami son los últimos nómadas de Europa, ya que algunos todavía siguen a los renos en sus migraciones anuales. Para los sami actuales, el elemento unificador de su cultura es la cría del reno, pero solo desde hace unos pocos siglos. Antes eran cazadores, recolectores y pescadores.

El idioma de la naturaleza

La religión tradicional de los sami se basaba en la forma en que una sociedad de cazadores se relacionaba con la naturaleza, que en estos lugares se impone de manera especial. Es algo vivo, igual que los espíritus, tan reales como las personas o los animales. Cada lugar tiene un nombre, una historia y un significado. Se vivía de acuerdo con esta religión, que era una parte del orden social. En su antiguo idioma no había una palabra para definir la guerra, pero sí noventa vocablos diferentes para referirse a lanieve.

Rovaniemi es un buen lugar para iniciar la aventura de adentrarse en la naturaleza. Ya sea en recorridos de esquí de fondo, en trineos tirados por perros o renos, en motonieve o en caminatas con raquetas, las opciones resultan diversas y todas están muy bien organizadas. Solo es necesario elegir la que se desee -larga o corta, de un par de horas o de tres días-, pues cualquiera de ellas es una puerta abierta a un mundo natural desmesurado, imposible de imaginar en el antiguo y poblado sur de Europa.

Hay quien dice que el trineo es el vehículo más antiguo de la humanidad, anterior a la rueda. Hay que experimentar, aunque sea un rato, un paseo en trineo. Lo bueno es que no hay padecimientos como los de los exploradores antiguos, solo el placer de los mejores momentos de Doctor Zhivago. Hay que sentir el silencio del bosque, el silbido de los patines deslizándose sobre la nieve, los ladridos de los perros (y también el olor de sus orines, que se impone en este medio en el que casi no hay aromas), el viento en la cara... En los recorridos un poco largos la expedición se detiene en una cabaña o en una tienda tradicional para preparar un café o un almuerzo a base de salmón y carne de reno seca. Si el tiempo es bueno, se hace un fuego sobre la nieve. La escena es antigua, vital, y uno se siente experimentando algo que los humanos han vivido exactamente igual hace milenios. Sería el momento de contar historias o de mantenerse silencioso, pero en permanente diálogo con uno mismo.

Rutas por la nieve

Las excursiones en motonieve son muy diferentes. Se circula con ruido, hay velocidad y se recorren distancias mayores. Si se circula por un lago helado es como volar por un mundo plano. En este caso, la experiencia se puede completar con la pesca. Hay que abrir un agujero en la masa de hielo con un berbiquí gigante, como en los tebeos, echar el sedal con el anzuelo y confiar en la suerte.

La ruta continúa hasta Kittilä, otro importante centro de servicios en la Laponia finesa. Es, para muchos, la base que permite disfrutar del esquí y del snowboard en Levi. Y de las otras actividades por la nieve.

Aquí también resulta fácil, en el invierno silencioso y oscuro, sentir un hálito pagano flotar en el aire. Sobre todo cuando el cielo se ilumina con la aurora boreal, uno de los fenómenos naturales más hermosos y fascinantes que existen. Parece que arde el cielo, que la luz vibra al danzar en la noche. A veces semeja una llama, o una cortina de luz, o un arco iris nocturno. Los sami siempre han pensado que era la expresión de fuerzas sagradas, algo demasiado poderoso que solo podía mirarse a través de un anillo de bronce. Una maravilla que, a veces, llega del cielo en las frías noches del mundo boreal.

En casa de Santa Claus

Probablemente no hay viaje más maravilloso para un niño que llegar a la Villa de Santa Claus. No le interesará especialmente saber que se encuentra sobre Napapijri -como se denomina en finés al Círculo Polar Ártico-, solo que allí vive el personaje que le hace feliz. La Villa se encuentra a unos ocho kilómetros de Rovaniemi y para los niños es el destino imprescindible. No es ajeno a esta ilusión no solo el poder sentarse en las rodillas de Santa Claus sino todo el ambiente que le rodea: los renos, las casas de torres puntiagudas, los toboganes de hielo, los trineos... En realidad, Santa Claus no es originario de Rovaniemi sino de Korvatunturi, un lugar remoto en las montañas situadas más al norte, desde donde escuchaba los deseos de los niños a través de una montaña con forma de oreja. Al trasladarse a Rovaniemi se modernizó para disponer de Oficina de Correos y una fábrica de juguetes. Santa Claus recibe cada año más de 700.000 cartas, y siempre responde a las que se lo solicitan y le escriben con la antelación suficiente como para que la respuesta llegue antes de las fechas de Navidad. Y, además, Santa está siempre a la última: ahora tiene hasta un canal propio de televisión que se puede seguir en www.santatelevision.com

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