Ancares, territorio inexplorado del reino de León

Los Ancares es un territorio tan fascinante como inexplorado. En este conjunto de profundos valles y montañas, hábitat de lobos y osos, el tiempo parece haberse detenido.

Río Ancares
Río Ancares / Irene González

Existe una tierra casi desconocida y lejana que se expande, al norte de León, entre Galicia y Asturias. Los Ancares son tan bellos, que sus casi 60.000 hectáreas han sido declaradas Reserva de la Biosfera por la Unesco. Este territorio extraordinario destaca por su patrimonio natural, con montañas de morfología glaciar y fluvial, valles frondosos y, sobre todo, por el castaño, su árbol más representativo y con un gran arraigo entre su población. Y además, posee un patrimonio cultural que abarca desde pinturas rupestres de la Edad del Bronce, a las minas de oro romanas y a monasterios y colegiatas medievales. Ancares proviene del latín ancora ae, que significa último refugio, y hace referencia al lugar en que los astures, huyendo, fueron acorralados y derrotados en el año 25 a.de C. por el legado romano Publio Carisio. Su población ha sabido mantener una arquitectura tradicional basada en la madera de sus bosques y la piedra pizarrosa de sus montañas. Estos pequeños pueblos, que debido a los caprichos de la orografía quedaron perdidos en el tiempo, conservan esencias destiladas por los pueblos celtas; un rincón de la geografía difícil de recorrer pero siempre sorprendente. Es una de las porciones más remotas y puras de España, cuyo aislamiento ha hecho que perdurasen hasta nuestros días usos y costumbres prerromanas, como la palloza, la casa típica ancaresa.

Tejedo de Ancares
Tejedo de Ancares / Irene González

De aldeas de cuento en Ancares

En los pueblos de Los Ancares, el tiempo parece haberse detenido. Aislados durante siglos, su único camino, las pistas forestales, han dado paso a carreteras de increíbles paisajes. El alma de Ancares se filtra a través de su paisaje de montaña, en sus frondosos valles de castañoscentenarios y en sus bosques de robles, acebos y madroños. Estas montañas son refugio de lobos y osos que, junto a ciervos, cabras montesas, rebecos, águilas y buitres, forman una generosa reserva faunística. Ancares es una tierra enigmática de arraigadas tradiciones que han perdurado hasta nuestros días por el aislamiento que produjo sus difíciles vías de comunicación. Costumbres y tradiciones como los magostos otoñales, la molienda o la fabricación artesanal de pan son usos cotidianos en la actualidad. En Ancares la gran mayorías de pueblos y aldeas se asientan cerca de antiguos castros, y sus casas están construidas de piedra y pizarra para soportar la dureza del invierno, que los dejaba aislados por las enormes nevadas. Estas construcciones, concebidas para el trabajo agrícola y ganadero, tienen su origen en las pallozas. En Ancares, las pequeñas iglesias, los molinos y las herrerías que se dispersan por todo el Valle son una delicia.

Vega de Espinareda
Vega de Espinareda / Irene González

De Vega de Espinareda a Candín

Uno de los dos puntos de entrada a Ancares es Vega de Espinareda. Este es uno de los municipios más extensos de la zona con magnífica naturaleza en la que destaca su sensacional piscina fluvial presidida por un magnífico puente romano. Aquí está la abadía de San Andrés, un antiguo señorío eclesiástico del siglo X, y un interesante barrio viejo, además de la llamada Fuente de la Vida, que lleva manando agua durante siglos. De aquí, al Alto de la Cruz y el primer pueblo con el que nos encontramos es Candín, cabeza de este valle glaciar. Interesante es su iglesia dedicada a la Virgen de la Angustias y su patrimonio arqueológico con las explotaciones auríferas romanas de las Murocas.

Pereda de Ancares

Pereda de Ancares

/ Irene González

Las casi olvidadas Pereda de Ancares y Tejedo

Si existen aldeas desconocidas pero llenas de encanto, están en Ancares. El mejor ejemplo es Pereda de Ancares, donde todavía hay teitadores, el oficio de techar las pallozas con paja -se puede visitar una original- y dondeen cada rincón se palpa la arquitectura tradicional. Además, en Pereda es obligatorio detenerse a disfrutar de su gastronomía, que supone un auténtico placer. Un poco más adelante se encuentra Tejedo, -"Teixeu" en acarés, que significa sitio poblado de tejos- donde las viviendas casi se mimetizan con la naturaleza. Esta zona truchera, está rodeada de castaños, robles y olmos, por lo que el otoño la convierte en una sinfonía de color. Y es que Tejedo de Ancares es un típico pueblo ancarés que se eleva a unos mil metros de altitud en la cabecera del valle de Ancares, justo en el corazón de la Reserva de la Biosfera de los Ancares. Sus montañas moldeadas por la última glaciación y sus bosques configuran todo ello un paisaje fantástico. Aquí se encuentra además uno de los pocos molinos hidráulicos medievales en pleno funcionamiento que quedan, cuya visita resulta obligatoria.

Palloza de Balouta
Palloza de Balouta / Irene González

Asterix y Obelix en Balouta, y la antigua Ambasaguas

En medio de Ancares, en un entorno natural que embelesa, entre montañas y valles se encuentra Balouta. Aquí parece que el tiempo nos ha transportado a la aldea gala de Asterix y Obelix. Balouta conserva gran cantidad de pallozas en buen estado, la muestra evidente de un pasado estrechamente emparentado con la cultura celta. A pesar de los siglos, apenas ha evolucionada la manera de construir las casas, aún hoy, muy semejante a la que se encuentra en los abundantes castros prehistóricos diseminados por este amplio territorio. En Balouta cuentan que, hasta los años 70, los lobos bajaban hasta el pueblo y que los osos daban buena cuenta de las colmenas. Muy cerca de aquí está Suárbol, la antigua Ambasaguas, porque aquí se unían dos ríos. Cuenta la leyenda que la aparición de la Virgen bajo un árbol en el siglo XIV, propició el cambio de nombre. Aquí estuvo la palloza más grande del Bierzo conocida como la Gran palloza de Suárbol, que ardió en 1957, y de la que hoy solo queda el solar donde se levantaba. Su iglesia parroquial es Bien de Interés Cultural y conserva la Calzada romana que unía las minas de Oro de Asturias, con las del Bierzo

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