Úbeda y Baeza de la mano

Cuesta hablar de una sin mencionar a la otra. Úbeda y Baeza, renacentistas hasta la médula, merecieron la denominación de Ciudades Patrimonio de la Humanidad en 2003. Mucho antes, ya eran ciudades hermanas. De la mano se asoman al olivar jiennense e intuyen desde su privilegiada ubicación el paso del aún joven Guadalquivir.

Capilla funerarioa del Salvador, en Úbeda.
Capilla funerarioa del Salvador, en Úbeda.

Entre la nebulosa de los recuerdos infantiles sobresalen momentos que se convierten en inolvidables. Desconozco las razones del cerebro. O, si lo son, del corazón. Lo cierto es que Úbeda y Baeza se instalaron para siempre en mi memoria con sólo ocho años de edad. Casi cada temporada he dedicado un par de días -a veces más- a revivir aquella época, añadiendo matices y conocimientos sobre su historia y el arte que emana de cada edificio, de cada piedra o de cada rincón.

En esta ocasión prefiero ir con los ojos limpios de influencias y aterrizo como un viajero más al centro neurálgico del olivar andaluz. Ante la curiosidad de conocer qué imagen se ofrece a los que aterrizan en estas dos ciudades, he decidido que sea la Comercializadora de Turismo de Jaén, pionera en España en organización del turismo de una provincia, la que diseñe por mí el viaje y así tener la agradable sensación de no tomar decisiones. Me cuentan que desde el año 2003 estas dos ciudades están consideradas Patrimonio de la Humanidad, el distintivo que ha reclamado la atención sobre este destino. La visita será intensa; hay mucho que conocer en sólo 24 horas. Me va a gustar ver las caras de sorpresa del resto del grupo.

Jaén sigue contando con el aceite de oliva como protagonista indiscutible de su gastronomía. Y lo será también de esta ruta, pues no hay plato que no lo incluya en su elaboración o en su presentación, y no hay hora del día que el viento no lo traiga a nuestra nariz desde las almazaras cercanas. Por algo es la provincia con mayor concentración de olivos, más de 60 millones de ejemplares. El desayuno no se concibe de otra manera: unas tostadas con aceite y sal, zumo y café nos darán la fuerza necesaria para la mañana. Nos acoge la cafetería de la Hacienda La Laguna, a escasos kilómetros de Baeza. Data del siglo XIX y se halla incluida dentro de los límites -más de 200 hectáreas- del paraje natural de la Laguna Grande, zona de aves migratorias y punto de partida de la Ruta del Olivo.

La cultura del "oro líquido"

La hacienda es al tiempo hotel, restaurante y escuela de hostelería. Sin embargo, su principal atractivo radica en el hecho de poseer uno de los museos más interesantes del mundo dedicados al aceite.

El Museo de la Cultura del Olivo repasa la historia, elaboración y utilidades del llamado oro líquido. La visita incluye un paseo por el jardín de variedades, con 42 especies procedentes de diversos países del Mediterráneo, las salas de prensado -la más impresionante es la que emplea una viga en el proceso- y la bodega.

El responsable de su construcción -en 1846- fue un ingeniero polaco, quien la situó en el sótano de la hacienda y la dotó de una capacidad de un millón de kilolitros. Una pequeña tienda nos da también la oportunidad de llevarnos algunos productos elaborados a partir del preciado aceite. Los cosméticos y el propio aceite -virgen extra- resultan los más vendidos.

La entrada en Baeza nos lleva hasta la Plaza de la Constitución, centro de la vida tradicional de la ciudad, un paseo en torno al que se concentran las primeras tiendas de recuerdos, artesanía y restaurantes de cocina andaluza. Cerca, en la Plaza de Santa María, la fuente de igual nombre presume de estar rodeada por algunos de los edificios más relevantes de la historia local. Levantada para conmemorar la llegada de las aguas a la ciudad en tiempos de Carlos V, deja a un lado el seminario de San Felipe Neri y, a otro, la hermosa catedral baezana. Aunque el seminario dejó atrás su carácter religioso, en la actualidad está ligado a la docencia, albergando, junto al Palacio de Jabalquinto, la sede Antonio Machado de la Universidad Internacional de Andalucía. En la fachada aún luce parte de los vítores conmemorativos realizados por sus antiguos alumnos.

La catedral de Baeza es una de las joyas de los siglos XVI y XVII. Con trazado de Andrés de Vandelvira y Francisco de Villalpando -asimismo autor de la fachada-, tomó como base la antigua mezquita árabe, situada en lo que hoy es el claustro y el trascoro. Consagrada al cristianismo por Fernando III en 1227, está situada en el centro geográfico de la provincia de Jaén. El interior está sembrado de capillas, pero destacan la Mayor, por su retablo, y la Capilla Dorada, con un hermoso discurso manierista. Impresiona la visión de la reja del Coro, del maestro Bartolomé, policromada a todo lo largo y cierre físico de la capilla del Sagrario. La fachada, esculpida, está dedicada a la Natividad. A su derecha, la torre campanario vigila la mudéjar Puerta de la Luna de la fachada oeste.

Fachadas platerescas

El Palacio de Jabalquinto es un regalo para la vista de los amantes de la arquitectura. De camino, el guía nos cuenta que fue encargado por Alfonso de Benavides, emparentado con Fernando el Católico, en el siglo XV. Aunque el trazado del edificio es obra de Enrique Egás, el rasgo más atractivo radica en la fachada decorada con puntas de diamante, florones, clavos de piña y pináculos, firmada por Juan Guas, y las dos columnas rematadas con mocárabes que flanquean la entrada.

En el interior se puede admirar un patio renacentista con una doble galería de arcos de medio punto sostenidos por columnas de mármol con capiteles corintios. Algo más reciente que el edificio, sorprende el estado de conservación de la escalera barroca -siglos XVII y XVIII- que acerca el piso superior. Con un guiño me despido de la portada inferior de la escalera, con forma de arco de triunfo.

De ahí partimos hacia la Plaza del Pópulo. En el centro, la fuente de los Leones posee piezas iberromanas procedentes, según nos cuentan, de la antigua ciudad de Cástulo. El pilar central es una escultura en piedra que dicen que representa a Himilce, la princesa ibérica que conquistó a Aníbal a su paso por estas tierras. En la plaza se alzan edificios históricos fechados en el siglo XVI, como el de las Escribanías Públicas, hoy oficina de turismo local, y la Audiencia Civil, o las Antiguas Carnicerías, traído piedra a piedra desde la calle Atarazanas a mediados de la centuria pasada.

Atravesamos el arco de Villalar, junto a la puerta de Jaén, decididos a no perdernos la iglesia de la Santa Cruz -la única tardorrománica de Andalucía-, el edificio del Ayuntamiento y las ruinas de San Francisco antes de tomar el aperitivo. El consistorio, con fachada plateresca de balcones y ventanas labrados, muestra un interior de alfarjes y yeserías renacentistas.

Una parada corta en la Plaza de la Constitución para recobrar el aliento de la marcha y del chapuzón de Renacimiento que nos hemos dado en una sola mañana. De todo lo visto, por alguna razón siempre me quedo con las ruinas de la antigua iglesiapanteón de San Francisco. No sé si por el encanto de que sobreviviera por los pelos al terremoto de mediados del siglo XIX o por ser uno de los mejores diseños de Vandelvira: basta contemplar el retablo en piedra de la capilla lateral enmarcado en un enorme arco de medio punto.

Úbeda, ciudad de mecenas

No sé si el copioso almuerzo ha sido buena idea, teniendo en cuenta la tarde que aún tenemos por delante en Úbeda. Hemos probado el menú degustación del restaurante del hotel Palacio de los Salcedo. Entre sus platos, el paté de perdiz, servido con fondo de aceite de oliva, el ravioli tem plado de gambas con setas y el bacalao al pilpil con asadillo y cresta de gallo nos dejaron sin palabras. El postre puede ablandar voluntades, por lo que no se recomienda cerrar tratos importantes en el comedor.

Un placer para el estómago y para la vista, pues el edificio, gótico renacentista, fechado en el siglo XVI, se ha convertido en una perfecta adaptación a los tiempos modernos alternando mobiliario de época restaurado y un equipamiento confortable con las últimas tecnologías. Aprovecho el traslado a Úbeda -a seis kilómetros- para echar una reparadora cabezadita.

Hay que darle las gracias a la familia Cobos por impulsar la construcción de algunos de los más importantes edificios renacentistas del sur de España, reunidos en la Plaza Vázquez de Molina. No deja de sorprenderme la sacra capilla del Salvador, un capricho de capilla funeraria familiar encargada a Vandelvira por Francisco Cobos, secretario de Estado del emperador Carlos V. Sus aires de grandeza han legado a Úbeda una obra que emborracha la mirada. Cuesta destacar algo en esta iglesia. A la fuerza me decanto por la fachada, esculpida por Esteban Jamete, llena de símbolos y pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, el retablo mayor de Berruguete con el Cristo de la Transfiguración y el caprichoso arco con que Vandelvira resuelve la entrada a la sacristía. La simetría la dejó el maestro para el Palacio de las Cadenas, actual Ayuntamiento y Archivo Histórico de la ciudad, y antiguo convento de las Madres Dominicas. La iconografía de su fachada es un alarde de maestría.

Sobresaliente Vandelvira

La tarde transcurre a toda velocidad entre la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares, primera gran iglesia de la ciudad, levantada sobre la antigua mezquita con aire gótico tardío, y las pinturas murales del Hospital de Santiago. En el siglo XVI fue una de las fundaciones públicas de mayor importancia del país. Vandelvira creó uno de los edificios más sobresalientes de la época, con soluciones arquitectónicas tan originales como identificables. Sirva de ejemplo la capilla de doble abovedamiento y cuatro cubiertas de cañón.

Al caer el sol, un paseo por la ronda de miradores nos descubre los restos de muralla árabe y termina por abrirnos el apetito. Cenamos y dormimos en el Parador de Úbeda, antiguo palacio del Condestable Dávalos, donde su patio central de doble galería empieza a acercarnos al mejor de los sueños: despertar de nuevo en Jaén.

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