Reus, la capital modernista de la Costa Daurada

Gaudí creció por estas calles en las que, hace una década, abrió un museo para descifrar los enigmas de su obra. En aquellos días de la Belle époque el arquitecto de moda era sin embargo Lluís Domènech i Montaner, el elegido por una incipiente clase burguesa para dar lustre a Reus con tesoros de la talla de la Casa Navàs o el Instituto Pere Mata. Cerca de otros ochenta edificios modernistas resisten por el casco viejo de esta villa de la Costa Daurada, declarada Capital de la Cultura Catalana 2017.

Plaza del Mercadal
Plaza del Mercadal / Luis Davilla

Reus, París, Londres. Sin echar mano de la historia semejante alineación hará levantar la ceja a más de uno. No ocurría así cuando, antes de que la filoxera arruinara el viñedo tarraconense, eran estos –¡y por ese orden!– los mercados internacionales donde se fijaba el precio del aguardiente. Sumado a una pingüe industria agrícola y textil, al calor del dinero que trajo a Reus el destilado del alcohol la ciudad vivió un momento de gloria al que será fácil seguirle la pista por el casco antiguo de la, este año, Capital de la Cultura Catalana.

Hacia finales del XIX esta ciudad de la Costa Daurada ya rondaba los 30.000 habitantes y, dentro de Cataluña, solo Barcelona se le ponía por delante en población y pujanza. Tal epicentro del negoci vio llenarse sus calles de innovación y hombres ilustres en una época en la que por Europa triunfaba la corriente artística, e intelectual, que en algunos países se denominó Art Nouveau, en otros Jugendstil, Liberty o Sezession y, en España, Modernismo. El movimiento, especialmente potente en Cataluña, lanzó a sus grandes arquitectos no solo a diseñar teatros y mansiones para una burguesía que emergía con fuerza sino también fábricas, bodegas y hasta hospitales en busca de una regeneración social que pasaba por romper con la estética convencional.

Detalle Instituto Pere Mata
Detalle Instituto Pere Mata / Luis Davilla

A pocos se les escapa del radar viajero la ruta modernista de Barcelona, con pesos pesados como la Sagrada Familia y el Parque Güell, la infinidad de extravagantes casas levantadas para las familias bien por Gaudí y sus coetáneos, o el derroche de color y osadía del genial Palau de la Música. Sin embargo, es toda una sorpresa descubrir que el autor del Palau, Lluís Domènech i Montaner, también sembró Reus de creatividad, o que por su centro histórico aguardan cerca de ochenta edificios de otros artífices del Modernismo como Pere Caselles y Joan Rubió.

Y hasta que el mismísimo Gaudí nació en la ciudad o sus alrededores –hay varias versiones al respecto–, empapándose de la efervescencia cultural que allí se cocía. Eso sí, el más internacional de los modernistas no fue profeta en su tierra. Por Reus podrá buscarse su rastro acercándose a su casa de la calle Sant Vicenç.

Cerca de esta vivienda, que no se visita por dentro al ser privada, una escultura de bronce recuerda al Gaudí niño que creció por el barrio, mientras que en la Prioral de Sant Pere, la iglesia gótica donde fue bautizado, sigue en pie la escalera de caracol que inspiraría las que se trepan en espirales de vértigo hasta los campanarios de la Sagrada Familia. Edificios, sin embargo, no dejó ninguno a su patria chica. Sí en otros lugares de la Costa Daurada. De hecho, en Tarragona se encuentra lo gran desconocido de Gaudí: el Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, la primera obra del arquitecto, incluso antes de obtener el título, y la única en esta provincia catalana.

Soplo de renovación

El Gaudí Centre de Reus, inaugurado hace una década, sirve en bandeja una vía rápida para comprender la obra de Gaudí. Este museo atípico presenta credenciales ya de entrada. Y es que se visita al revés; es decir, empezando por la última planta. En ella, a través de una artística proyección en varias pantallas y un hilván de maquetas van desvelándose las claves del lenguaje del artista, impregnado por la luminosidad y las formas sinuosas de la Naturaleza que inspiraron los paisajes de la Costa Daurada y donde cada detalle de la decoración aporta belleza.

El piso más abajo, con una recreación del taller que instaló en la Sagrada Familia, se consagra a su enigmática y religiosa personalidad, amén de a la capacidad de Gaudí para jugar con los espacios y los elementos. Finalmente la planta de calle exhibe varios de sus objetos personales, incluido el único cuaderno manuscrito que se conserva. Pero sobre todo esta última etapa envuelve al visitante en la era en la que Cataluña respiraba el soplo imparable de renovación que impulsó al Modernismo.

Mariano Fortuny, nacido en Reus, parecía tender hacia el impresionismo cuando una muerte prematura truncó su brillante carrera. El liberal Prim, también de Reus, se convertía en el primer catalán presidente del Gobierno de España al año de la Revolución Gloriosa que, en 1868, llevó a Isabel II al exilio para dar paso al Sexenio Democrático. Justo aquel año se celebraba en la ciudad el primer matrimonio civil de todo el país... Semejantes aires de cambio, unidos a una economía boyante, explican que los potentados de Reus llamaran a los mejores arquitectos del momento para vestir su ciudad con una cosmopolita pátina de monumentalidad.

Ahí entró en acción el también político y profesor Lluís Domènech i Montaner, más famoso entonces que el propio Gaudí. A su figura clave se le dedican las últimas etapas de este museo que, más que de colofón, sirven como punto de partida para salir a explorar su legado por Reus.

Sin abandonar la Plaza del Mercadal, la más importante del casco viejo junto con la Plaza Prim, en un esquinazo de sus arcadas y adoquines preside la Casa Navàs, la primera de la villa en contar con electricidad y hasta ascensor. Rematada en 1907, le fue encomendada a Domènech por el comerciante Joaquim Navàs y su mujer, Josefa Blasco; gente que había hecho fortuna con el textil.

Casa Navás
Casa Navás / Luis Davilla

El encargo fue un cheque en blanco para el arquitecto, al que dejaron hacer con la única condición de que les pusiera una tienda en los bajos. Si acceder a este deslumbrante palacete no es tarea fácil –se abre para cupos reducidos, previa reserva y nada de fotos–, la tienda, que aún funciona, es un viaje en el tiempo, con sus estantes de madera, sus pavimentos hidráulicos o los larguísimos mostradores en los que antaño se cortaban los mejores paños.

Vocación comercial

Tanto si se enfila por la calle de Jesús como por la peatonal Monterols podrá comprobarse que la vocación comercial de Reus sigue muy en forma. Establecimientos de toda la vida, como laCasa Pujol o la sastrería Queralt a la que Miró le encargaba sus trajes, resisten tras sus elegantes escaparates al embate de las tiendas de franquicia, que ya se han cobrado tesoros como la casi bicentenaria mercería Sardà. Por estas vías históricas, al igual que por la calle Llovera, el Prat de la Riba, Sant Joan o el Rabal de Sant Pere, se encauza la Ruta Modernista. Casi una treintena de fachadas perfectamente señalizadas van asomándose a este recorrido que bien puede llevar su par de horas.

Imprescindibles la Casa Rull y la vecina Casa Gasull, donde entre esgrafiados y balaustradas de piedra labrada o cerámica vidriada buscar los guiños que Domènech le hizo a la profesión de sus dueños, notario y exportador de aceite, respectivamente. Su colaborador Pere Caselles idearía la Casa Laguna, la Querol, la Tarrats y la Grau-Pla, así como las Escuelas Prat de la Riba, la Estación Enológica o el antiguo matadero, mientras que del discípulo de Gaudí, Joan Rubió, destacan la Casa Serra o el viejo dispensario para tuberculosos.

Casa Rull
Casa Rull / Luis Davilla

Casi todas estas casas se admiran solo por fuera ya que en su mayoría albergan viviendas privadas. Sí se puede y se debe acceder al Teatro Fortuny, una bombonera de finales del XIX que, sin ser modernista, enlaza con el poderío burgués que impulsó aquí el movimiento. Y también tomar una copa si hace bueno en el jardín de la Casa Rull, acercarse para el aperitivo a la fábrica modernista que hoy acoge el restaurante Museo del Vermut, o para comer en la vieja bodega de Vermuts Rofes, donde en ocasiones se organizan visitas teatralizadas entre sus salas de botas.

Pero lo que habría que estar loco para perderse es el recorrido guiado por el Instituto Pere Mata, el antaño llamado Manicomio de Reus. Su construcción es lo que trajo por estos pagos a Domènech i Montaner, lloviéndole luego los demás encargos que harían que el Modernismo floreciera. El Pere Mata fue el precedente del también bellísimo Hospital de Sant Pau que el arquitecto levantaría en Barcelona y, como él, supuso toda una revolución. Basta pasearse entre la delicadeza ornamental de su Pabellón de los Distinguidos –el único que se visita de este sanatorio aún en uso– para entender que no se trataba de un cotolengo al uso, al menos para los señores de posibles.

Aunque nació como negocio de un grupo de médicos e inversores, no se escatimaron recursos para dotarlo de las técnicas más avanzadas, imbuidos por la tendencia en Europa de dejar de tratar a los enfermos mentales como apestados. Este pabellón alojaba a caballeros deprimidos, aficionados al pimple o a las drogas de la época.

Arquitectura para el vermut

Hace un tiempito que, contra todo pronóstico, el vermut dejó de percibirse como una bebida de abuelos para convertirse en un fenómeno hipster. En Reus, donde hasta mediados del siglo XX había una treintena de fabricantes, aseguran que aquí nunca pasó del todo de moda. Hoy se producen por estos pagos marcas tan conocidas como Yzaguirre o Miró, cuyas bodegas se pueden visitar, al igual que el ahora centro cultural Cal Massó, en una antigua destilería donde en ocasiones incluso se celebran conciertos. Desde 2014 hasta cuentan con un Museo del Vermut dentro de una fábrica modernista diseñada por Pere Caselles y restaurada con osadía.

Museo del Vermut
Museo del Vermut / Luis Davilla

En este precioso edificio industrial de ladrillo visto se puede comer o tomar el aperitivo tras pasearse entre viejos pósters, botellas de medio mundo y otros cerca de 6.000 objetos de nostalgia vermutera. Además del suyo propio, el Cori, su barra despacha nada menos que 150 variedades, a degustar preferiblemente con a lo sumo hielo o sifón, y acompañado de aceitunas de la zona o por el sinfín de latas de marisco que lucen por sus estantes. También aguarda otro restaurante de lo más apetecible en la antaño bodega de Vermuts Rofes, igualmente modernista, cuya sala de botas acoge en ocasiones visitas teatralizadas.

La ruta de los genios

Además de un chorro de talento, Gaudí, Miró, Picasso y Pau Casals tienen en común haber nacido o pasado temporadas decisivas en su vida por el sur de Cataluña (Gaudí, Miró y Pau Casals están vinculados a la Costa Daurada y Picasso a Terres de L’Ebre), donde pueden hilvanarse en bici o a pie algunos de los paisajes que inspiraron su arquitectura, su pintura o su música. Si el Gaudí Centre de Reus oficia como punto de partida del itinerario que sigue sus pasos por su ciudad, alrededor del Centre Miró, en Mont-roig del Camp, gravita la ruta senderista que enfila hacia la Ermita de la Virgen de la Roca que alentaría su vocación o la finca Mas Miró, donde veraneaba de joven y decidiría convertirse en pintor a pesar de la oposición de su padre, que lo quería contable.

Con pocos años de diferencia, Pau Casals venía al mundo en el seno de una familia humilde de El Vendrell. Allí puede hoy visitarse la Casa Nadiua y la iglesia cuyo órgano empezó a tocar de niño el futuro gran violonchelista, así como la Vil-la Casals, su refugio veraniego frente a la playa de Sant Salvador, convertido en un emotivo museo. Picasso no era de aquí, aunque su primera visita a Horta de Sant Joan, siendo un adolescente, parece que marcó su personalidad y su trayectoria. Un centro dedicado a su paso por el pueblo recibe a los visitantes que, también, podrán hacer una excursión hasta la cueva donde se instaló con su amigo Manuel Pallarès en el verano de 1898.

Capital de la Cultura Catalana 2017

El año pasado le tocó a Vic, el anterior a Vilafranca del Penedés y otro más atrás a Barcelona. En 2017 el turno para oficiar como Capital de la Cultura Catalana le corresponde a Reus, que ha elegido para ello un logotipo, cómo no, inspirado en un diseño de su hijo predilecto: Antoni Gaudí. A la programación habitual de epicentros culturales como los teatros Fortuny, Bartrina y Bravium, la Sala Santa Lucía o el Orfeón Reusenc y el moderno espacio de Cal Massó, se suman para la ocasión charlas, encuentros y hasta conciertos donde, a través de la música, maridar el patrimonio modernista de la ciudad con su tradición del vermut. En octubre, al Memorimage, el Festival Internacional de Cine de Reus, le sucederá el Congreso Internacional de Gigantes que, entre los días 12 y 15, ensalzará este universo festivo con fuerte conexión tanto con otras regiones de España como con varios países de Europa.

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