El embrujo de Albarracín y los montes Universales

Albarracín, que es Monumento Nacional, y está propuesta para ser Patrimonio de la Humanidad, se eleva en los montes Universales, donde el agua y la montaña, son los protagonistas indiscutibles, de esta tierra inexplorada.

Albarracín, Teruel
Albarracín, Teruel / ahau1969/iStock

Viajar por el este turolense es indagar por territorios de los montes Universales y su capital Albarracín, ciudad de embrujo y perfiles inolvidables. Un camino en el que la montaña y el agua son los protagonistas. La cadena montañosa de los Universales tiene altiplanos calizos del Jurásico con abundantes karst en la Loma Alta, y Griegos. En estas elevaciones también abundan los campos de dolinas y lapiaz. En estos lejanos montes Universales, de escasa pluviosidad, paradojamente es un nacedero de ríos. De aquí parten el Tajo, el Gabriel y el Guadalaviar. Además del nacimiento de estos ríos, en la sierra se encuentran fuentes, manantiales, y lagunas que forman preciosos remansos, pozas y cascadas.

En los montes Universales se aglutinan municipios con una muy baja densidad poblacional, pero con un ecosistema muy generoso, repleto de profundos barrancos y valles. Los extensos bosques de los Universales atesoran una gran riqueza en flora, donde destacan el pino albar, las sabinas, los acebos, los robles, y los quejigos. Y entre su prolija fauna, sobresalen los ciervos, los corzos, los jabalíes, el gato montés, y las ardillas. Un paisaje salpicado además por simas y dolinas, formaciones espectaculares, como el paisaje que ofrecen. Los montes Universales son pardos y duros, suavizados por el verdor de la sabina y los pinos resineros. Además, su altitud, su humedad y sus bajísimas temperaturas, le convierten en una zona extraordinaria para la recolección de setas y deliciosos hongos.

Resulta increíble la gran belleza que esconden los desconocidos montes Universales. En sus pueblos y villas destaca su arquitectura tradicional con abundantes trabajos en rejería, con maravillosa forja en ventanas y balcones. Este oficio es herencia del pasado, cuando las herrerías crecían al amparo de los ricos yacimientos de hierro de la zona. Entre la niebla otoñal transitamos por unos paisajes que alternan prados y pinares, en los que antaño se practicaba la trashumancia. Son lugares históricos, monumentales y algunas veces, solitarios, que embrujan al viajero.

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