Dalmacia, la costa más cálida de Croacia

Las playas de la Costa Dálmata se han convertido en uno de los destinos más deseados del Mediterráneo. Además, ciudades históricas, parques nacionales de gran belleza y 1.244 islas constituyen el patrimonio cultural, humano y paisajístico más valioso de Croacia.

Iglesia de San Simeon, Zadar.
Iglesia de San Simeon, Zadar. / Lucas Abreu

El Mediterráneo, tal como era, reza el eslogan turístico de Croacia. Y como todos los eslóganes, tiene parte de verdad. No es que Dalmacia, la joya de la corona turística croata, sea ajena a los avances del siglo, a los festivales de música electrónica, al todo incluido o a los, afortunada y comparativamente escasos aquí, desmanes urbanísticos costeros. Es que, a diferencia de muchos otros lugares del Mare Nostrum que luchan por convertirse en destinos intercambiables de sol y playa, esta franja de costa adriática mantiene una personalidad, familiar y al mismo tiempo exótica, que exhibe orgullosamente gracias a un legado histórico, cultural y natural ya desaparecido en otras orillas de este gran río.

Identidad mediterránea

Uno de los muchos encantos de Dalmacia es que no necesita existir sobre el papel. Hace tiempo que incontables batallas, invasiones y reformas territoriales acabaron con lo que fuera provincia romana, cuna medieval de la cultura croata, colonia veneciana, ducado napoleónico o protectorado austrohúngaro. En la actualidad, Croacia se estructura en condados y cuatro de ellos, con capital en Zadar, Sibenik, Split y Dubrovnik, configuran, de norte a sur, lo que fue laDalmacia histórica y la marca turística actual. Sin embargo, la cultura dálmata resulta inconfundible dentro de la variada península balcánica, ya que se muestra profundamente latina pese a su lengua eslava, y descaradamente mediterránea en su bullicio, pasión, hedonismo y fascinación por las historias, ciertas o no, pero siempre bien contadas.

Separada del resto de los Balcanes por la cordillera de los Alpes Dináricos, Dalmacia ha mirado siempre a Occidente. Y esa costumbre ha tenido mucho que ver en la configuración del resto del país, desde la adopción del catolicismo hasta la incorporación, este verano, de Croacia en la Unión Europea. Eso sí, el dálmata siempre ha mirado al Este de reojo, atento a la enésima incursión del turco, que nunca llegó a establecer su influencia aquí, o más recientemente al expansionismo serbio durante las guerras yugoslavas de principios de la década de los 90 del siglo pasado. Esta desconfianza hacia el Levante se reproduce también entre las múltiples capas que forman Dalmacia. En las islas se recela de las ciudades costeras, y en estas a su vez mantienen una relación distante con el interior rural. Y todos ellosreivindican su identidad mediterránea frente a la supuestamente estirada capital de Zagreb.

Esplendor durante la época romana

Zadar es, con el permiso de Split, el prototipo de ciudad de la costa dálmata. La que fuera Iadera romana todavía se reúne en las ruinas del foro, presidido por la magnífica y fascinante iglesia de San Donato, del siglo IX, un auténtico símbolo de la ciudad que está diseñado a imagen y semejanza de las grandes capillas carolingias. Este templo circular, que fue construido sobre los restos aún visibles del esplendor romano, es, junto al conjunto monumental que lo rodea, candidato a ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La que fuera antiguamente una isla, convertida ahora en península, se convirtió durante más de cuatro siglos en la Zara veneciana, una circunstancia que atestiguan las fachadas de estuco coloreado de sus barrios viejos y los leones alados que decoran algunas de las puertas de su muralla, como la de Kopnena vrata.

La historia de la ciudad es un buen ejemplo de lo que ha sido la historia de Dalmacia en los últimos dos mil años. Primero, un terremoto casi la despobló. Luego, los cruzados de camino a Egipto la arrasaron para pagar sus pasajes en las naves venecianas (cuyos dueños querían acabar con un próspero competidor en el Adriático). Más tarde, los turcos la bombardearon durante casi dos siglos. Las tropas aliadas harían lo propio en la Segunda Guerra Mundial, cuando Zadar fue anexionada por la Italia fascista, y crearon los huecos cubiertos ahora por edificios sesenteros en la calle principal de la ciudad, la Kalelarga. Y durante la década de los 90 los serbios mantuvieron asediada la ciudad durante meses, con fuego de artillería y ametralladora que aún se percibe en las fachadas de los edificios que están orientados al interior.

Sabiendo todo esto, resulta aún más increíble que la ciudad de Zadar haya logrado mantener toda suriqueza monumental: 25 iglesias, desde capillas prerrománicas escondidas en la trastienda de un café (la de San Lorenzo, situada en la kabana de la Plaza del Pueblo) hasta exquisitos ejemplos del románico toscano, como la catedral de Santa Anastasia, un templo construido entre los siglos XII y XIII que exhibe una portada de gran profusión decorativa. La urbe también cuenta con un casco viejo repleto de callejuelas, patios recoletos y tabernas, y una universidad frente al mar, la primera instaurada en Croacia, que, tras casi dos siglos a la sombra (su historia se remonta al año 1396), se reinauguró en 2002 y ha vuelto a reactivar la ciudad con su animada vida estudiantil.

Sin conformarse con su fabuloso patrimonio histórico, los habitantes de Zadar han seguido creando monumentos para su ciudad, de los que el Órgano del Mar, diseñado por el arquitecto local Nikola Basic, es sin duda el más bello. Durante una visita en los años 70, el cineasta británico Alfred Hitchcock dijo que Zadar tenía "la mejor puesta de sol del mundo". No es que sus ciudadanos no lo supieran, pero tomaron nota y décadas más tarde construyeron un altar a este fenómeno diario, pero siempre fascinante, en el extremo norte de su paseo marítimo. Cada atardecer, visitantes y locales se reúnen en un ritual amenizado por las notas del órgano marino que se disparan frenéticamente con el oleaje provocado por los pesqueros y los transbordadores. Mientras, los niños saltan sobre una rueda de los vientos iluminada esperando a que el sol se ponga al fin sobre el mar o más bien sobre la vecina isla de Ugljan. Y es que, en esta costa, no hay horizonte sin islas.

Lagos en medio de un paisaje frondoso

Zadar es, además, una excelente base para explorar elinterior de Dalmacia. Sorprende cómo tan solo a unos kilómetros del bullicio costero la campiña se torna solitaria. Hay que andar, eso sí, con mucho ojo, puesto que la relativa estrechez de Croacia en esta zona hace que una desviación equivocada te coloque ante un puesto fronterizo bosnio, cuando nuestro destino es el Parque Nacional de Plitvice.

Quienes realmente disfruten de la naturaleza pueden saltarse este párrafo y simplemente han de preocuparse por la manera de llegar a Plitvice: les enamorará. Pero la exuberancia de estos lagos tampoco dejará indiferentes a aquellos que normalmente no pierden el aliento ante un paisaje. En medio de un valle cubierto de hayas, los lagos y cascadas se suceden en la conjunción de varios ríos. El secreto de esta belleza está en el travertino, que crea un paisaje en continuo cambio, incluso en términos temporales humanos. Un tronco caído en el cauce o incluso una barca de madera hundida en el lecho sirven de ancla a los sedimentos y microorganismos que dan el color verdoso a las aguas. Con los años, éstos se acumulan y van creando una barrera que forma un nuevo lago con su correspondiente cascada. El agua siempre acaba venciendo, erosiona esas barreras y todo comienza otra vez.

Como un gran jardín japonés

El resultado es un paisaje que se asemeja a un inmenso jardín japonés, con charcas, piedra, vegetación frondosa y, por supuesto, lobos y osos. Pero no hay que temer, el parque resulta enormemente accesible mediante pasarelas de madera que recorren los principales atractivos y permiten caminar sobre las aguas. Todo un regocijo para los cientos de miles de visitantes que acoge Plitvice, aunque una cierta incomodidad para los que necesitan algo de intimidad en su disfrute de la naturaleza. Estos últimos tienen la opción de evitar las horas punta o bien de lanzarse por la extensa red de caminos fuera del alcance de las, tan increíblemente ágiles como letales con sus paraguas, abuelas japonesas.

De vuelta a la costa, merece la pena hacer una parada en el que fue, junto a Plitvice, el primer Parque Nacional de Croacia, allá por 1949: Paklenica. Otro lugar espectacular, pero diferente e inequívocamente mediterráneo en su vegetación de tomillo y pino negro enterrada entre cañones cuyas paredes llegan a superar los 700 metros de altura. Con estos datos no es de extrañar que sus rocas sirvieran de escondite a los partisanos de Tito y aún alberguen grandes búnkeres de la guerra fría. En los últimos tiempos, Paklenica se ha convertido en una meca de la escalada deportiva con varias decenas de vías de diferente dificultad, pero siempre espectaculares. Quienes no se animen a iniciarse en este deporte disponen de asequibles, pero bellísimos, paseos sobre los caminos empedrados que utilizaban las caballerías para llegar a las remotas aldeas de la montaña dálmata.

Antes de seguir al sur, hacia Split, merece la pena pasar al menos un día en Trogir. Esta ciudad-isla con las espaldas bien cubiertas por colinas que llegan hasta el mar es otro de los lugares de Dalmacia incluidos en la lista del Patrimonio Mundial. La razón es la belleza de sunúcleo urbano medieval, un laberinto de casonas de piedra comunicadas por galerías elevadas, supuestamente construidas para preservar a las mujeres de las miradas indiscretas de los viandantes. La catedral de San Lorenzo, con una impresionante portada románica y un campanario de 47 metros, preside la plaza principal, en la que se concentran los grandes monumentos de Trogir: el ayuntamiento (siglo XV) con su interesante patio gótico, la logia con artesonado donde antaño se celebraban los juicios y, a su vera, la minúscula iglesia de San Sebastián, dedicada ahora a las víctimas locales de la última guerra.

Nuestro viaje por los tesoros de Dalmacia termina aquí, pero queda mucho por descubrir en la costa del Adriático. Ciudades dignas de un museo, pero llenas de vida comoSplit, Dubrovnik o Sibenik; islas que rivalizan en encanto con lo mejor del Mediterráneo, como Hvar, Pag o Brac, y, por supuesto, kilómetros y kilómetros de playas donde olvidarse del tiempo, pero no del espacio.

El "genio" de la moda que viste a Barack Obama

Boris Buric, alias Gena ("El genio"), nació en la ciudad de Trogir, donde vive y trabaja. Y, sin embargo, Plácido Domingo, Luciano Pavarotti o Bernie Ecclestone han subido las empinadas escaleras que llevan a su taller, situado en el casco viejo de la ciudad, para tomarse las medidas y encargar uno de sus trajes, inspirados en la vestimenta tradicional dálmata, pero elegantes y modernos en cualquier lugar del mundo. No es que Gena sea un creído, aunque bien es cierto que no tiene abuela, pero el apodo de genio se lo pusieron sus amigos y se basa más bien en su contenida estatura, su hiperactividad galopante y la perenne nube de humo que le envuelve (es un apasionado fumador), atributos todos ellos que le hacen parecer un verdadero geniecillo.

Gena se considera, además de sastre, sociólogo y psicólogo, puesto que cree a pies juntillas lo de que el hábito hace al monje. No solo toma las medidas de sus clientes sino que también observa detalladamente sus andares, su forma de hablar y hasta la expresión de sus ojos para diseñar y confeccionar el traje perfecto a su personalidad. Por eso no cose un botón hasta haber compartido una copita de rakia con el destinatario de su costura. Aunque para todo hay excepciones. Cuando la ciudad croata de Biograd, ubicada a unos 28 kilómetros del centro de Zadar, decidió regalarle uno de sus trajes al recién elegido presidente estadounidense Barack Obama, Gena lo confeccionó según las medidas que le transmitieron desde la Casa Blanca. No obstante, asegura que fue un placer vestir a un hombre con tan buena percha.

Después de 35 años cosiendo, el sastre espera retirarse pronto. Su hija y asistente, Paulina, que observa entre estoica y divertida los arrebatos "de genio" de su padre mientras sirve café y licor a los visitantes, heredará este icono de la moda croata. Entonces el genio podrá dedicarse a lo que tanto anhela: viajar.

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