Costa da Morte, la costa de los faros del fin del mundo

La gallega Costa da Morte baña paisajes salvajes preñados de mitos y leyendas, con la recompensa de llegar al antiguo "Finis Terrae" para contemplar su mágica puesta de sol, el mismo ritual que hacen muchos peregrinos del Camino de Santiago.

Costa da Morte: Las costas de los faros del fin del mundo
Costa da Morte: Las costas de los faros del fin del mundo

La leyenda negra cuenta que en un tiempo ya lejano los moradores de esta abrupta costa, acuciados por el hambre y la miseria de una tierra árida e inhóspita, provocaban los naufragios de los barcos para apropiarse de sus cargamentos con la artimaña de la vaca-farol. La épica de la subsistencia les lanzaba, cuando arreciaba la lluvia o la niebla se cernía fantasmagórica en las noches de invierno, a colgar faroles encendidos en los cuernos de los bueyes cerca de los acantilados para confundir a los navegantes, que creían seguir la estela de otro barco cuando en realidad chocaban contra los arrecifes estrellándose sin remedio y topándose con el saqueo y la muerte. De ahí derivaría el nombre "da Morte" que se le dio a esta costa bañada por un mar fiero y temible, en la que, según un exhaustivo estudio, se contabilizan más de 200 naufragios, con cerca de tres mil víctimas mortales.

Otras teorías afirman, sin embargo, que este nombre procede del "dutika mere" (región de la muerte), que era donde la mitología griega situaba el país de los muertos. Lo cierto es que cuando las legiones romanas, al mando del procónsul Décimo Junio Bruto, llegaron a esta región la bautizaron con el nombre latino de "Finis Terrae", el Fin de la Tierra. Dos mil años después, Fisterra (el topónimo gallego de Finisterre) es el final de muchos caminos, incluido el de Santiago, pues muchos peregrinos prolongan el viaje hasta aquí para cumplir los últimos ritos jacobeos mientras el sol se esconde y en el resto de Europa ya es de noche. En esta ocasión, teniendo en cuenta que, además de su afamado marisco y sus percebes, quizá lo más característico de esta indómita costa son sus faros, al estar situados en cabos emblemáticos como los de Vilán, Touriñán o Finisterre, nuestro itinerario transcurre por una ruta intensamente azul marcada por estos centinelas del mar, los más occidentales de Europa y la última luz del continente.

La ruta de los faros se puede abordar en coche desde A Coruña, donde, si no se conoce, hay que rendir pleitesía a la histórica Torre de Hércules, el faro más antiguo del mundo aún en funcionamiento, construido en el siglo II, durante el mandato del emperador romano Trajano. A continuación hay que tomar la autovía AG-55 en dirección a Carballo para desviarnos hacia la espectacular ubicación del faro de Punta Nariga.

Es precisamente junto al siguiente faro de Punta Roncudo, denominada así por el ronquido permanente que produce el mar al romper con fuerza en los acantilados, donde se levantan las Cruces dos Percebeiros sobre las rocas como un perpetuo homenaje a los muchos mariscadores fenecidos en el mar a lo largo de los años.

El Cabo Vilán está a pocos kilómetros de Camariñas, pueblo pesquero que hoy es más famoso por los encajes de bolillos de sus palilleiras. Se llega a él por una carretera que bordea uno de los primeros parques eólicos construidos en España, pese a que este paraje está declarado Sitio Natural de Interés Nacional. El faro de Cabo Vilán es posiblemente el más impresionante de toda la Costa da Morte por su situación en un promontorio rocoso a más de 100 metros de altura, en uno de sus tramos más peligrosos pero al tiempo más hermosos, habiendo sido testigo de un triste rosario de ocho naufragios y 245 muertes. Eso explica que fuera el primer faro de España al que se dotó con luz eléctrica, cuyos potentes destellos son visibles a 30 millas marinas (55 kilómetros).

El Cementerio de los Ingleses, que se encuentra frente a la salvaje playa de Trece (un nombre que en este caso sí parece ser gafe), a la que se accede desde Cabo Vilán por una pista sin asfaltar, nos trae a la memoria uno de los naufragios más dramáticos acontecidos aquí: el del buque-escuela inglés Serpent, que el 10 de noviembre de 1890 se estrelló contra la Punta do Boi en medio de una tempestad, muriendo 172 jóvenes marineros y salvándose sólo tres.

Sobrecogidos por el panorama que se prolonga por la senda litoral hasta las aldeas de Arou y Camelle, tras el faro de Cabo Vilán el siguiente centinela del mar en nuestra ruta es el faro de Punta da Barca en Muxía, situado en el extremo del saliente donde se ha levantado el Monumento A Ferida (La Herida) en recuerdo del naufragio del Prestige en noviembre de 2002, cuyo chapapote llegó a rebasar el paseo marítimo en una imagen que dio la vuelta al mundo. El Santuario de la Virgen de la Barca nos recuerda muchas de las leyendas que salpican esta costa entrelazando temas religiosos y marítimos con elementos pétreos. Si la imagen de los cruceiros es una constante en esta parte de la costa gallega, el vínculo entre el mar y la piedra cobra su máxima dimensión en este lugar mágico, donde el culto cristiano se funde con el pagano.

Cuenta una vieja leyenda que estando el Apóstol Santiago predicando por estas tierras, desanimado por la hostilidad con la que era acogido, recibió la visita de la Virgen María para alentarlo a continuar en su cometido, apareciéndosele en las proximidades del templo en una barca guiada por dos ángeles. Según la tradición, las enormes piedras situadas a escasos metros del santuario son los restos petrificados de la embarcación, teniendo propiedades milagrosas. La barca en la que llegó la Virgen sería la Pedra de Abalar, una piedra oscilante que los creyentes tratan de mover (abalar), lo que significa que la Virgen atenderá a todas sus plegarias.

Antes de llegar al faro de Cabo Finisterre, el penúltimo vigía atlántico de este litoral es el blanco faro de Cabo Touriñán, la punta más occidental de Galicia. La bravura del oleaje en esta zona nos hace pensar en un mar de vida por contraste con su peligroso apelativo de Costa de la Muerte, lo que corrobora la gratificante visión de caballos salvajes en este paraje natural, o el buen augurio de encontrar dos ternerillos recién nacidos en el establo del cercano alojamiento rural de Casa de Trillo. El confín del mundo antiguo era el Cabo Finisterre, y por ello desde siempre se le consideró el punto y final del Camino de Santiago por el aliciente que para los peregrinos representaba llegar y contemplar el Finis Terrae. De hecho, el principal símbolo del peregrinaje, la vieira, se recogía en la playa Langosteira, el primer arenal que se avista en esta zona. La forma en que los peregrinos probaban que habían llegado hasta el final era precisamente recogiendo una vieira en la playa y mostrándola con orgullo a su vuelta a casa. Ahora, el peregrinaje se prolonga hasta el faro de Fisterra, caminando unos tres kilómetros más por la carretera que bordea el litoral.

Los peregrinos llegados desde los cinco continentes, como la joven brasileña Mariana, que nos muestra jubilosa su pasaporte completo del Camino, siguen quemando sus desgastadas vestiduras como señal de purificación. Pero el auténtico premio es ver in situ cómo el mar engulle al astro rey, en una de las puestas de sol más místicas y legendarias que uno pueda contemplar sobre la faz de la Tierra, celebrándolo con la palpitante sensación de haber alcanzado el fin del mundo.

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