7 motivos para amar Croacia
Calas de aguas turquesa, ciudades medievales, aldeas de pescadores, islas que emergen como vergeles sobre el Adriático… Por todo esto y más, el hechizo es irremediable en este país balcánico.
Zagreb, discreta capital
Con una arquitectura sobria, la capital y puerta de entrada al país puede resultar poco cautivadora… hasta que se la conoce de cerca. Porque además de su barniz cultural, con numerosas galerías, museos y una animada escena musical, se trata de una ciudad bonita y agradable que, en su parte baja, exhibe majestuosos edificios, mientras que en su parte alta hace gala de un elegante estilo europeo con restaurantes chic y modernas boutiques.
Istria, sabor italiano
Claro, la cercanía al país alpino de esta península con forma de corazón, la más grande del Adriático, se hace sentir tanto en su costa, con coloridas poblaciones, como en el interior, alfombrado de olivos y de viñas. También en el idioma y en la gastronomía, que adapta los típicos platos italianos a los ingredientes autóctonos. Más allá de esta influencia, Istria está plagada de tesoros. No hay que perderse los maravillosos frescos bizantinos de Porec, el encantador puerto pesquero de Rovinj y la magia de Pula, con sus sugerentes ruinas romanas y su agitada vida nocturna.
Plitvice, el milagro del agua
El parque nacional más famoso de Croacia, declarado Patrimonio de la Humanidad, es un tesoro de 30.000 hectáreas de naturaleza impoluta con extensos bosques de hayas, variopintas especies de aves y mariposas multicolores que revolotean ante las cámaras de los fotógrafos. Pero es sobre todo un milagro del agua con 16 lagos unidos entre sí por cascadas y desniveles como vasos comunicantes. Un escenario fantástico en el que el color oscila del turquesa al plata y en el que la banda sonora es una atronadora orquesta de mil grifos.
Zadar y Trogir, las ciudades de piedra
La Costa Dálmata es una franja enmarañada en la que se alternan calas rocosas con acantilados abruptos y tranquilos pueblecitos de pescadores. También curiosas ciudades más o menos pequeñas, con hermosos cascos medievales en los que perviven huellas románicas y renacentistas, y en los que el puerto, con su agradable paseo marítimo, da paso a un laberinto de calles empinadas. Zadar y Trógir son, tal vez, la más irresistibles, buenos exponentes de belleza mediterránea.
Split, mágica y eterna
Mención aparte merece la segunda ciudad de Croacia, elevada sobre un promontorio donde se esconden, tapizadas de pinares, las mejores playas de la zona. Split es un palacio convertido en ciudad. Literalmente. Es el Palacio de Diocleciano al que con el tiempo se fueron adosando viviendas e incorporando elementos urbanos. Esto, que a priori podría parecer un crimen, lo convirtió en un monumento vivo, bellísimo, donde hay tiendas, restaurantes y movimiento, en definitiva, enmarcado por paredes milenarias.
Islas para dar y tomar
Con su puzzle desbaratado de nada menos que 1.185 islas, este capítulo daría para otro reportaje. Hay para todos los gustos y no resulta fácil escoger, aunque existen algunas que son imperdonables: Hvar, alargada y ondulante, verde y soleada, no sólo es la Ibiza del Adriático sino también una joya de irreprochable belleza natural; Korcula, célebre por el aceite de oliva y por el vino dulce, recoge la más auténtica tradición dálmata; Mljet, la más frondosa, luce cubierta por bosque, campos, viñedos y pequeñas aldeas. También están otras más pequeñas como Crveni Otok, Susak, Drvenik Mali, Ugljan… donde sentirse, sencillamente, en la gloria.
Dubrovnik, magnetismo asegurado
Esta ciudad que se cuela entre las más embriagadoras de Europa, es ideal para perderse unos días: recorrer la calle principal Stradun Placa, toda de mármol, que conduce hasta la Torre del Reloj; deambular por las callejuelas estrechas que la cortan con sus flores sobre la escalera y su ropa tendida; descubrir la Ulica Zudioska o judería, visitar la iglesia de San Blas y el Palacio Sponza… y, sobre todo, dar un paseo al atardecer desde lo alto de sus murallas.
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